Es en el suroeste de la gran isla donde se halla la capital del estado islandés, Reykjavik.
He aquí el más grande hallazgo sobre el origen y desarrollo de una isla al albur de los tiempos, tan antigua como el planeta tierra y sin embargo casi recién nacida. La esencia y el significado de su existencia está en sus entrañas, a la espera de una nueva transformación aún sin descubrir los secretos más guardados de su propia naturaleza.
Visitar Islandia es desear explorar la otra cara de la vida en lo más recóndito de una tierra aparentemente salvaje y averiguar qué se esconde debajo de esa fealdad de dunas estériles, oscuros e interminables inviernos y mucha soledad.

parque Nacional de Thingvellir
El día comienza hermoso pero gélido y el viento lo hace aún más insoportable. Ante la llegada inminente del solsticio de verano, el sol sólo llega a templar cuando roza nuestra ropa de abrigo. Una gran humareda blanca se difumina sobre el cielo casi gris de la tarde mientras bajo los pies se adivina la fuerza y el poder de la naturaleza convertida en chorros de calor y piedra incandescente.
En el ancho espacio del horizonte se intuye la soledad de los páramos sin árboles que los protejan. La mirada se pierde entre colinas desnudas y escarpadas laderas de montañas basálticas.

Fumarolas en Geysir
Atrás quedó un mar plateado por las nubes que lo cubrían. Y en la gran isla donde largas lenguas de hielo se deslizan para formar tumultuosos saltos de agua, renacen en ella cada primavera ríos y lagos que fertilizarán otras tierras. Más adentro, surgen las fumatas y crean composiciones caprichosas a intervalos imprecisos, sin sincronía, con intenso olor a azufre, como si la propia tierra se dispusiera a vomitar lava y fuego.

Cataratas en Gullfoss
El misterioso Círculo Dorado está cerca, donde se reúnen las majestuosas cataratas de Gullfoss y los chorros de agua hirviente de Geysir.

La nueva estación, en su afán de mantener el poder, lucha con denuedo contra el frío, y cuando en esas latitudes aún permanece el hielo, llega la luz y lo inunda todo con su fuerza. Entonces la noche no se acorta: desaparece. No existe la oscuridad y el atardecer se confunde con la madrugada. El día dura casi una eternidad. La vida vuelve a brotar en los páramos y en el alma de los pájaros y en las aguas que vienen de los deshielos del glaciar. Ovejas y caballos jóvenes de crines abundantes pastan en mitad de los campos y colorean el entorno solitario y frío de la tundra. Permanecen agazapados entre las retamas silvestres, al abrigo de sus crías.
La tarde va cayendo en el tiempo pero la luz permanece. La intensidad se reduce y evoca penumbras en la estructura del paisaje. Las paredes del volcán Stóra Eldborg ahora tranquilo en un reposo ficticio, se llenan de sombras cuando el sol reclina su mirada en el místico paraje. Existe vida, mucha vida en este lugar del mundo, que se confunde con el espectro de un planeta deshabitado, frío y hostil.

Lupinos al borde de los caminos
En las laderas de los caminos crecen en Junio lupinos silvestres, azules, espigados, sencillos modestos, que se cimbrean con los golpes de viento del norte, luchando por mantenerse erectos.

Asamblea Legislativa Nacional Islandesa

Río Öxará
Al llegar al parque Nacional de Thingvellir, la huella de las devastadoras erupciones en las fallas geológicas que dividen en dos el planeta, conducen a la encrucijada del río Öxará, entre rocas y piedras de basalto.
De lejos, de camino hacia el gran prodigio de la naturaleza, se observa casi a vista de pájaro, la antigua casona sede de la Asamblea Legislativa Nacional islandesa, que estableció su andadura hacia el año 930 de nuestra era cristiana.
La gran fisura de Almannagjá, profunda grieta tectónica que va separando de modo feaciente y sin pausa año tras año las dos grandes placas tectónicas norteamericana y eurasiática en forma de profundos acantilados, discurre acorde con las leyes naturales generadas por la deriva continental. Es en ese lugar donde se propicia la frontera entre los dos continentes, que van separándose el uno del otro irremisiblemente.

Gran Fisura de Almannagjá
Los farallones rocosos discurren en paralelo y se yerguen por encima del sendero. El sol está ya muy bajo y ensombrece aún más su silueta. A lo lejos queda la soledad, la quietud y el calor del fuego profundo de un corazón que no se apaga.

Pingvallavatn. El lago más grande de Islandia
Nuestro planeta aún permanece vivo a pesar del irremediable empeño en su destrucción.
María de Fraile. Septiembre de 2019.-